ACERCA DE NUESTRA CULTURA COLOMBIANA
ACERCA DE NUESTRA CULTURA COLOMBIANA
Lo que caracteriza la cultura de un pueblo o una sociedad son sus conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres. En este sentido vale la pena pensar qué nos caracteriza a nosotros los colombianos. Los aspectos positivos de nuestra cultura podrían ser nuestra alegría, nuestra música, nuestros deportistas, nuestra comida, nuestras fiestas y tradiciones, nuestra responsabilidad laboral y calidez con los extranjeros. Los aspectos negativos de nuestra cultura: El alto nivel de violencia y delincuencia, el desprecio por los bienes públicos (corrupción) y falta de respeto por los derechos de los demás.
Para disipar dudas acerca del índice de violencia en nuestro país con respecto al resto del mundo, veamos las estadísticas de la ONUDD.
Una imagen vale más que mil palabras, observamos que efectivamente estamos en el puesto No 16 de países más violentos, de 206 allí tabulados.
Hay una creencia arraigada que los colombianos somos violentos por naturaleza, y eso obviamente no es cierto, de otra forma no se entendería que países latinoamericanos como Chile, con orígenes raciales similares tengan niveles bajos de muertes violentas. Al parecer los orígenes de los altos niveles de violencia está altamente relacionado con un tema cultural, tal como concluye la Doctora Eugenia Varela Sarmiento en su publicación “El ser violento del colombiano”, publicado en la revista de la Universidad de la Salle. A igual conclusión han llegado muchos otros investigadores y sociólogos. La cultura es una construcción social, y por tanto es susceptible de cambios, de otra forma no se entendería como en regiones como Chile, Argentina, Bolivia o Nicaragua se tienen niveles mucho menores de violencia, teniendo orígenes culturales similares.
Partiendo de dicha premisa, solo nos queda analizar nuestra cultura y el porqué de nuestra violencia e individualismo.
Una evidencia de nuestra arraigada violencia e individualismo lo podemos observar cuando vamos conduciendo un automóvil o motocicleta por cualquier ciudad de nuestro país. Las personas que han tenido la oportunidad de manejar en países con niveles de violencia mucho menores como Estados Unidos podrán apreciar la gran diferencia. En Colombia la gente en su mayoría conduce en forma agresiva, pocos cedemos el paso voluntariamente a otro vehículo a incluso a un peatón, en las vías prevalece la ley del más fuerte. Por ejemplo, si usted desea cambiar de carril para hacer un giro, no importa que haga señales con las luces direccionales del vehículo, los demás conductores tratarán de pasar primero que usted, sin importar que se origine un taco o trancón. Para tener éxito en esta maniobra seguramente tendrá que hacerlo a la fuerza, poniendo en riesgo su seguridad y la de los demás conductores.
Algo muy diferente ocurre cuando se conduce en un país del primer mundo. Si usted desea girar allí, con solo activar las luces direccionales, con una alta probabilidad los demás conductores esperaran pacientemente a que usted lo haga, en forma segura y sin ningún peligro. En la vida diaria laboral o personal de los colombianos ocurre algo similar al ejemplo de las vías. Es la misma ley de la selva, en la que sobrevive el más fuerte.
La falta de respeto por los demás, se observa también en la intolerancia hacia las personas que son diferentes a nosotros o que piensan diferente. Esto es especialmente evidente en las redes sociales como Twitter o Facebook, donde la agresión y violencia verbal alcanza niveles insoportables para un ser humano normal. Los políticos han aprovechado hábilmente esta debilidad para polarizar aún más nuestra ya fragmentada sociedad.
¿Por qué somos así?, ¿cuál es la razón para que actuemos con tan poca empatía hacia los demás?
Buscamos respuestas en el pasado, tal como lo hizo en su ensayo la doctora Varela Sarmiento, trayéndonos el discurso del ministro de Instrucción Pública del 1902, Antonio José Uribe:
“En nuestro vicioso sistema de educación se encuentra principalmente el origen de nuestro singular atraso industrial, y en mucha parte el de las guerras civiles. El desequilibrio social que se produce con la falta de obreros hábiles y con el aumento creciente de letrados inútiles, es causa del malestar en que vivimos, de la penuria en que nos hallamos y de la falsa noción de la vida que aquí se tiene, por lo cual todos nos encaminamos a las agitaciones políticas que, periódicamente, se desatan en luchas armadas [...] Si ante la dolorosa experiencia de lo que ha ocurrido, no hacemos voto formal de variar de rumbo, ya podemos estar seguros de que de aquella causa, como de fuente envenenada, seguirán brotando todos nuestros males, y de que, en cumplimiento de la inexorable ley de la selección de las razas, la nuestra, empeñada en vivir dentro de la atmósfera de la especulación política, tiene que desaparecer, por la concurrencia y la lucha de organismos más fuertes, que se robustecen con la savia del trabajo y de la industria. Es necesario convertir la República entera en un inmenso taller, pues sólo con el trabajo podremos curar las profundas dolencias que afligen a la sociedad colombiana. (Uribe, citado en Pinilla Díaz, 2003)”
119 años después pareciera que no ha cambiado mucho nuestra situación, la mediocridad en la educación y la baja industrialización y productividad de nuestra sociedad sigue siendo el factor común, además de ser la fuente de pobreza y desigualdad. No hemos podido convertir a Colombia en un país industrializado, y la verdad es difícil que lo logremos, por lo menos por el camino que vamos.
Durante los últimos 100 años hemos estado en manos de gobiernos supuestamente capitalistas, pero que en la práctica han sido influenciados negativamente por políticas anacrónicas de izquierda, resultando en una mezcla extraña y poco eficiente de excesivo proteccionismo laboral, combinada con una tributación asfixiante que desincentiva la creación de empresas y generación de empleos, resultando en una baja industrialización, ya que esta última solamente puede ser traída al país por empresas multinacionales que decidan producir aquí, tal como ha sucedido en países como Corea del Sur e incluso la China, en un proceso continuo y permanente, en el que los locales se apropian poco a poco de esta tecnología, hasta que la misma se arraigue no solo en la industria, sino también en las universidades y educación en general, es decir en los ciudadanos.
Conclusión: nuestra cultura violenta no es reciente, al parecer viene desde hace más de un siglo.
Por otra parte, la industrialización no es un proceso que se logra con la expedición de una ley o un decreto, es un proceso lento y de alguna forma espontáneo, resultado de la acumulación de conocimientos científicos convertidos en procesos de fabricación.
Esos conocimientos, que inicialmente están en las mentes de muchas personas, pero que oficialmente reposan en las patentes otorgadas por las autoridades que administran las invenciones en cada país, y obviamente en los archivos y registros de las empresas que se encargan de producir dichas máquinas, constituyen el activo más importante de una sociedad industrializada.
Para conocer el impacto real que tiene en nuestras vidas el nivel de industrialización de un país, solo basta que usted haga el ejercicio mental de suponer, que de un día para otro ya no se permitiera la importación de ningún bien desde el exterior, es decir, maquinaria o equipo, liviano o pesado. ¿Qué sucedería con el paso de los años? En verdad no se requiere mucho esfuerzo para deducir que, en Colombia, por ser un país no industrializado y con un precario desarrollo tecnológico, tendríamos muchos problemas, incluso hasta para fabricar cosas tan sencillas como un bombillo o lámpara, y mucho más si se trata de autos o maquinaria pesada. Somos totalmente dependientes de los países industrializados, en cuanto a equipos, maquinaria y aparatos electrodomésticos, es decir, tecnología en general, lo cual en verdad es vergonzoso, ya que eso demuestra que no contamos con el activo más valioso de una civilización moderna: el conocimiento científico.
¿Cómo se ha formado nuestra cultura, a través de los años?
Volvamos al tema de la violencia en nuestra cultura. Recordemos cómo ha sido la formación temprana en la mayoría de nuestros hogares, la cual seguramente será muy similar a la que tuvieron nuestros ancestros, y hacen parte fundamental de nuestra cultura y creencias.
Desde pequeños nuestros padres nos enseñaron que el mundo es difícil y está lleno de gente mala, y por tanto debemos estar siempre a la defensiva y escuchamos con frecuencia de boca de nuestros padres: “no podemos dejarnos de nadie”. Si alguien nos agrede física o verbalmente tenemos que responder con el doble del ímpetu o violencia original. Así se forma nuestra cultura, una cultura centrada en el yo, como principio básico, en el que todos a nuestro alrededor son potenciales enemigos o en el mejor de los casos competidores. La solidaridad solamente es practicada en un círculo cercano. Los demás, los desconocidos, no son importantes, son prescindibles, de ahí parte la violencia y desprecio hacia los demás, hacia el bien común, miedo y desprecio hacia lo desconocido.
Este temor o miedo, se ha venido acrecentando con el paso de los años, agravando el problema, ya que la delincuencia ha tomado cada vez más fuerza, aprovechando la debilidad de nuestro estado, un estado que no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos, ya que su sistema de justicia, desde hace muchas décadas, ha sido desbordado por la delincuencia. La impunidad es el caldo de cultivo perfecto para el crimen, recordemos que sin justicia no hay estado de derecho, y por tanto se exacerba el individualismo, la ley del más fuerte, la justicia por propia mano y la violencia.
Como dijimos en un comienzo, la cultura es un atributo que se puede modificar, y entre más rápido iniciemos el cambio más prontamente se verán los resultados. Un gran ejemplo de cómo trabajar en este sentido, lo dio en su momento el ex alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, con campañas de educación inteligentemente orientadas hacía adultos y niños, logrando cambios palpables en pocos años, como lo fue el respeto por las llamadas cebras en las vías, por parte de conductores y peatones, gracias a los mimos que en muchos semáforos enseñaban su uso, de manera divertida y diferente.
En forma similar, se requieren campañas masivas de educación ciudadana que posteriormente lleven a la reducción de los índices de muertes violentas y menos violencia verbal en las redes sociales, practicando la virtud de la tolerancia hacia personas que piensan y actúan diferente a nosotros. En nuestras manos también está iniciar el cambio, cada uno en sus hogares, respetando al prójimo en todas partes donde nos encontremos, es más sencillo de lo que parece, solo se requiere tomar la decisión de hacerlo.
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