Apropiación de las ciudades: Espacios públicos para el servicios de todos

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Apropiación de las ciudades: Espacios públicos para el servicios de todos

Apropiación de las ciudades: Espacios públicos para el servicios de todos

 

“El Espacio Público es el espacio donde tiene lugar la vida común de la ciudad: la socialización, la vida política, el encuentro con otros. Función que ningún otro lugar ha podido lograr hasta ahora tener”.

 

Lidya Mabel Castillo Sanabria

Abogada/Master en Antropología urbana/

Doctoranda Ciudad, Territorio y Planificación Sostenible URV

 

Desde hace años trabajo con la idea de que el espacio público está siendo desechado. En todo el mundo está pasando un proceso similar: muchas veces se convierte en un espacio que ya nadie quiere o puede usar. En las ciudades latinoamericanas este fenómeno se da con especial virulencia. La característica forma de cuadrícula de todas las ciudades americanas, y el rapidísimo crecimiento de estas ciudades durante el siglo XX, ha producido ciudades muy dispersas y de baja densidad que muchas veces solo pueden ser recorridas en vehículos.

En unas ciudades tan segregadas, el espacio público tiene que superar el conflicto de ser entendido como el espacio del otro. Grandes masas de la ciudad –industriales y residenciales– han sido dejadas por las clases dominantes en las últimas décadas, para construir barrios cerrados más alejados, seguros y exclusivos, convirtiendo los centros históricos y los antiguos bordes de la ciudad en miles de hectáreas de edificios abandonados. Por su parte, la inseguridad es uno de los constructos más eficaces en los últimos tiempos, lo que ha conducido al vallado, privatización y/o definitivo abandono de los espacios públicos.

Desde hace más de 50 años, ha habido decenas de proyectos de hábitat popular muy exitosos: barrios enteros se han construido a partir de organizaciones sociales que han trabajado con sus propias manos a partir de la autogestión y autoconstrucción, de la Patagonia a Tijuana, hasta llegar a configurar ciudades tan enormes como Villa El Salvador, en la gran Lima o El Alto, a las afueras de La Paz. Generalmente esos proyectos han estado enfocados a la consecución de viviendas y de la propiedad de la tierra donde se asientan, pero suelen dejar de lado la construcción física del espacio público.

Sumados, estos fenómenos lo convierten en un espacio de fuerte conflicto, donde generalmente se confía su gestión a alguna instancia superior, sea esta el estado, la policía o la autoorganización de algunas zonas de la ciudad. Paradójicamente, cuando la vida privada de las organizaciones ciudadanas está mucho más construida desde abajo, la vida en el espacio público ha estado separada de esa construcción colectiva tan presente en la América Latina en las dos últimas décadas. Sin embargo, en los últimos años están surgiendo muchos proyectos de autoconstrucción colectiva del espacio público, apropiándose de los espacios públicos abandonados tras años de desinversión y planteando nuevas formas de gestión.

Es en los espacios públicos, donde la informalidad y la alegalidad –cuando no se encuentra regulado en las leyes, muy característico de la ciudad latinoamericana–, se expresan con mayor intensidad e interés. Desde las personas que se sientan a tomar mate en el escalón de la puerta de su casa de Montevideo hasta el inmenso laberinto comercial en que se ha convertido el barrio de Tepito, en México, pasando por los cientos de tipos de puestos de comida al paso que convierten una esquina cualquiera en un condensador social de máxima eficiencia. Todos los oficios rodantes que se pueden ver en las ferias informales son espacios centrales de la socialización de estas ciudades.

Desde mi experiencia profesional y académica he querido trabajar con esos mecanismos y esas formas de apropiarse de la ciudad, aprendiendo de ellos, abriéndonos la mente a través del estudio de sus formas de creación y de trabajo, como la creatividad arquitectónica que se puede encontrar en miles de detalles autoconstruidos en todas las zonas de la ciudad latinoamericana. En esa creatividad popular he encontrado caminos que quiero seguir, entendiendo que pueden ser también muy interesantes para ser aplicados en nuestras sociedades.

Una de las constantes que replican los ciudadanos y turistas de la ciudad, es la de que está sucia. En los últimos años he visto como la limpieza de las calles ha conducido a su aplanamiento efectivo, tanto en España con en América Latina. El centro de la Ciudad de México pasó de convertirse en una vibrante mezcla de usos y gente y un espacio público riquísimo en un lugar tan limpio y aburrido que, de hecho, ha quedado vacío, inhóspito la mayoría del tiempo. Igual ha pasado con El Boulevard Sabana Grande de Caracas, o con la Ley Cidade Limpa es una ley de 2006 la Prefectura de São Paulo que, con el objetivo de disminuir la polución visual urbana, impuso fuertes restricciones a los carteles anunciadores. Se aplicó con gran éxito, dejando a la ciudad prácticamente de São Paulo muda.

Ha sido interesante poner en duda la propuesta limpiemos la ciudad de basura y poder plantear la cuestión, en otros términos, en los que la limpieza de la ciudad no sea el objetivo más deseable, sino una consecuencia de una gestión más inteligente del medioambiente urbano, que cuente con esos elementos autogestionarios de base como ingrediente fundamental de la ciudad contemporánea.

Al igual que ha pasado con el espacio público, todos esos fenómenos han sido para lugares en los que trabajar y lugares con los que trabajar, siempre con el objetivo de activarlos, de reflexionar conjuntamente sobre cada espacio público, de fomentar la apropiación del mismo y su reutilización de una manera creativa, para ser llevado a cabo en plazas, parkings, autopistas, un puerto y una vía del tren abandonados, incluso en todo un sistema de transporte público, el de San Juan de Puerto Rico, absolutamente infrautilizado.

La ciudad consiste en un solo ecosistema en el que sus distintas partes, pobladores, formas y entornos se necesitan mutuamente, por lo que deben reconocerse, respetarse y trabajar juntos. La ciudad debemos asumirla como un material más de trabajo, pudiendo relacionar forma urbana con cultura popular, formas de vida y de consumo, pudimos ver un claro ejemplo con la inauguración de los Juegos Olímpicos 2024 en donde Paris abrió las puertas a sus calles, sus espacios públicos, para que formaran parte de los escenarios de las diferentes disciplinas, tener como telón la Torre Eiffel, El Trocadero, el mismo río Sena fue un gusto no solo para los competidores sino para el público en general.

Tenemos que replantearnos qué significa la defensa del espacio público, para quién y para qué es, y cómo podemos inventar formas efectivas de lograr que cumpla con sus funciones.


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