CONSENSO ANTICORRUPCIÓN
CONSENSO ANTICORRUPCIÓN
Por: Ing. Abdón Sánchez Castillo -Master of Business Administration (MBA) Universidad de los Andes.
Es increíble ver como los candidatos presidenciales, cada cuatro años, repiten propuestas como aquella de que se luchará frontalmente contra la corrupción, pero que, una vez terminado el periodo de gobierno, la situación y percepción general respecto a este flagelo, en vez de mejorar, empeora. ¿Por qué razón pese a los planes y propuestas de los gobiernos de turno, no se observan avances significativos en este sentido?
Algunos críticos, especialmente si son de la oposición, seguramente dirán que esto se debe a que realmente no se quieren cambios, y que lo que se busca en realidad es mantener el estatus quo, por tal razón los candidatos a la presidencial, senado, gobernaciones y municipios hacen propuestas anticorrupción, que duran exactamente el tiempo de campaña, ni un día más y luego los olvidan por completo.
Algunos más moderados, dirán que se ha trabajado mucho en este sentido, pero que la corrupción está tan enquistada en todas las instituciones de gobierno nacional y local, así como en el sector privado, que para observar cambios significativos se necesitarán muchas décadas de reformas y medidas legales y hasta un cambio generacional.
La verdad seguramente estará flotando entre estos dos extremos. Si bien se han hecho mejoras, especialmente desde el punto de vista legal, ha faltado lo más importante: una política franca, real, consistente y creíble anticorrupción, que aguante el paso de los gobiernos de turno y arroje verdaderos resultados. Para lograrlo, en primera instancia, se necesita un candidato o candidata presidencial de carácter, carismático(a), honesto(a), transparente, que esté dispuesto(a) a enfrentar la corrupción burocrática del estado, la cual está enraizada desde hace décadas en nuestras instituciones, y ciudadanía en general; esa es la verdad, aunque nos duela reconocerlo.
Enfrentar la corrupción burocrática del estado, no es una tarea trivial. Todos los presidentes lo han prometido y algunos lo han intentado, pero ninguno lo ha logrado hasta ahora, ¿por qué es tan difícil? La inercia de la corrupción, acumulada durante toda nuestra histórica como país libre, no es algo que pueda desaparecer de un día para otro, empezando por el mismo Congreso, donde confluyen todo tipo de intereses económicos y políticos, y se acostumbra manipular el poder para obtener cargos burocráticos llamados popularmente “corbatas”, manoseo de las entidades del estado poniendo fichas claves en las dirección ejecutiva de las mismas, y por tanto el manejo de sus presupuestos, además de influir en las licitaciones públicas a cambio de coimas, etc.
La corrupción burocrática, obviamente, tiene su contraparte en las empresas privadas que participan en este entramado de contratación pública, lo cual se ve no solamente en las grandes obras nacionales, verbigracia caso Odebrecht, sino también en la contratación municipal y departamental, a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional, desde el pueblo más insignificante hasta las grandes capitales, con muy escasas excepciones. Ya nadie se escandaliza por esta realidad, porque todos sabemos y aceptamos que es así, como si se tratará de una ley de la física, como la ley de la gravedad, que es inevitable, lo cual ciertamente es preocupante y aberrante, y es eso lo que precisamente debemos cambiar.
¿Y cómo se puede cambiar esta ley de la corrupción burocrática en nuestro país? La respuesta no parece sencilla. ¿Se necesitará volver a nacer, es decir, un cambio generacional? Pero incluso para que esto suceda en un futuro, desde ahora, se necesitaría sembrar una semilla de cambio en las nuevas generaciones.
Algunas personas de izquierda e incluso de derecha, podrán ver la solución en un gobierno autocrático o dictatorial, que imponga con mano de hierro la honestidad y el buen gobierno. A simple vista, podría parecer una buena solución, pero en realidad sería cambiar un problema grave por otro aún mayor. Perder nuestra libertad es inadmisible, a cambio de migrar desde una corrupción generalizada hacia una corrupción centralizada, donde el dictador de turno pasa rápidamente de ser un buen gobernante, transparente y justo a ser un tirano enceguecido y embriagado por el poder, lo cual hasta cierto punto es inevitable, porque el espíritu humano se expande como el gas cuando no se le ponen límites; finalmente esa es nuestra esencia evolutiva.
Es necesario encontrar una solución al problema, sin perder la libertad y la democracia, que son los valores más importantes con los que puede contar un ciudadano colombiano, ganada con la sangre de nuestros libertadores.
La siembra de la semilla del cambio debe partir del Presidente de la República, de sus ministros y del Congreso que lo apoye mayoritariamente, formando un consenso en torno a abandonar realmente y en su totalidad las prácticas de la corrupción que se han ejercido históricamente. Esta no es una decisión fácil, requiere un acto de generosidad sin precedentes de cada uno de ellos.
Una decisión de este tipo, traería una disminución inmediata y sin precedentes de los gastos burocráticos, en todas las entidades del gobierno central, además del incremento exponencial de eficiencia en la contratación pública, que según cálculos conservadores puede representar la suma de 50 billones de pesos al año, pero seguramente es mucho más, ya que la corrupción también significa un freno al crecimiento económico, por imponer restricciones y costos adicionales al libre desarrollo empresarial y productivo.
Aquel candidato o candidata que pueda impulsar un consenso anticorrupción real, honesto y creíble, y luego lo pueda ejecutar eficazmente, habrá logrado lo imposible: sembrar la semilla del cambio en nuestro país. Amanecerá y veremos, si podemos contar con alguien que tenga la credibilidad y suficiente fuerza electoral para lograr mayorías en el congreso con tal propósito, además del valor y la entereza para lograr el cambio, que deberá incluir el fortalecimiento del tejido empresarial y el crecimiento económico a través del motor de la empresa privada.
No sobra decir, que tal candidato o candidata deberá ser un ciudadano o ciudadana sin mácula, con pruebas de honestidad y transparencia a lo largo de su vida pública y privada, en el que la mayoría del pueblo pueda confiar, sin agendas escondidas, o intereses retorcidos y obscuros alimentados por sus vanidades y egoísmos; que crea realmente en la democracia como el mejor sistema hasta ahora inventado por la humanidad para gestionar un país.
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