HACER ANTROPOLOGÍA EN COLOMBIA EN EL SIGLO XXI
HACER ANTROPOLOGÍA EN COLOMBIA EN EL SIGLO XXI
LIDYA MABEL CASTILLO SANABRIA Abogada - Universidad de la Sabana (Bogotá, D.C.- Colombia), Máster en Abogacía Internacional - ISDE Barcelona, Máster en Antropología Urbana, Migraciones e Intervención Social, Universidad Rovira i Virgili Tarragona España.
“La idea es entender al otro y no juzgarlo, saber que no hay una sola realidad, sino múltiples realidades”
Cuando le pregunto a personas del común que hace un antropólogo, me dicen que, imaginan a alguien que excava la tierra en busca de antigüedades, lo que se conoce como arqueología. Otros me han contestado que, ven a un científico entrado en años, experto en civilizaciones antiguas, como bien lo hizo en su tiempo Bronis?aw Kasper Malinowski. Y otros ven, a un hippie barbudo que vive con los indígenas durante varios meses mientras anota todo lo que ve en una libreta.
Pero a pesar de que algunos de esos elementos hacen parte del quehacer de los antropólogos, la profesión va mucho más allá de esos clichés. De hecho, y aunque muchos padres de familia aún piensan que sus hijos “se van a morir de hambre” cuando les dicen que van a estudiar antropología, los egresados de esa carrera y o de sus especializaciones, hoy trabajan en áreas tan diversas como la publicidad, el diseño de modas, empresa, los negocios y la construcción de políticas públicas, entre muchas otras.
El tema ha evolucionado tanto que en la actualidad once (11) universidades colombianas ofrecen programa de antropología, cuando hace algunas décadas eran tan solo cuatro (4). Y la calidad es tan buena que según el último ranking QS –uno de los más consultados por los especialistas en educación-, la de la Universidad de los Andes es una de las 100 mejores de todo el mundo.
Lo cierto es que la disciplina llegó a Colombia a mediados de la década de los cuarenta y, en su momento, fue clave para que los colombianos conocieran la diversidad de las poblaciones indígenas que habitaban el territorio nacional. Pioneros como el francés Paul Rivet, el alemán Justus Wolfram Schottelius, el austriaco Gerardo Reichel-Dolmatoff y los colombianos Virginia Gutiérrez de Pineda, Roberto Pineda Giraldo o Alicia Dussán tomaron sus mochilas y viajaron a lugares alejados para documentar lo que ningún académico había estudiado antes.
En los años ochenta, una generación de antropólogos se formó en el exterior y regresó al país a aportarles a las universidades. Así fue creciendo una disciplina que hoy trata de entender a las comunidades desde lo cultural, lo económico, lo social, lo político, la ciudad, lo rural, buscando comprender las motivaciones y las razones de sus miembros, para su comportamiento e intervención en el espacio en el que viven y conviven con otras personas.
En los últimos años, de hecho, la antropología se ha vuelto mucho más amplia y diversa. Hoy los profesionales no solo se dedican a la arqueología, una disciplina que en otros países se estudia por separado, para estudiar las civilizaciones antiguas, sino también a estudiar las comunidades étnicas, y a trabajar en áreas como la lingüística, las ciencias forenses, la biología, el medioambiente o el consumo. Muchos, incluso, estudian fenómenos del mundo contemporáneo como las llamadas “tribus urbanas” o el comportamiento de las personas en las redes sociales, de los diversos consumidores de supermercados, en la gastronomía – como se producen los alimentos, el culto por las especies etc-, entre muchos otros sectores económicos.
La antropología sirve para entender la diversidad cultural de Colombia. Y aunque suena muy abstracto, se puede aterrizar en muchas cosas prácticas: las entidades públicas que deben interactuar con comunidades, por ejemplo, buscan a los antropólogos por su facilidad para comprender las realidades que viven las poblaciones colombianas y su forma particular de ver el mundo.
Por eso cada vez que el Estado va a aplicar proyectos en los territorios, se asesora de un equipo de antropólogos que saben que los afros del Chocó tienen necesidades y realidades diferentes a las de los indígenas del Vichada o a las de una comunidad de vecinos de un barrio en el sur de Bogotá. Lo mismo hacen las empresas públicas y privadas, que deben conciliar con la población de la zona en la que operan.
Incluso las agencias de publicidad y las casas de moda, han encontrado que los antropólogos entienden mejor las razones que hacen decidirse a los consumidores. Muchas empresas privadas que deben relacionarse con la gente buscan a los antropólogos porque están entrenados en una metodología que permite saber lo que piensan y sienten.
Esa característica, según varios expertos, es clave para el momento actual que vive el país. No solo porque muchos antropólogos van a regresar a territorios hasta ahora vedados por la presencia de las Farc, sino también porque la mayoría de ellos puede aportar mucho ahora que se va a aplicar el acuerdo de paz en las regiones. La antropología, no solo ha estudiado distintas formas de resolución de conflictos que parten de las comunidades, sino que ha ayudado a entender la violencia en Colombia, sus orígenes y las causas de su perpetuación. Entender eso es muy importante para solucionar el problema.
Al mismo tiempo que la antropología ha evolucionado, también lo han hecho las universidades, la empresa pública y privada que busca en estos profesionales un apoyo a sus labores diarias. Sobre todo, ahora que la realidad colombiana lo exige y que los antropólogos están llevando su conocimiento a diferentes áreas. Lo que demuestra que, al contrario de lo que muchos creen, esta disciplina tiene mucho por aportarle al país.
Hoy lo vemos en la educación, medicina, el territorio, negocios, marketing cultural, desarrollo e innovación, social, psicología, entre muchos otros campos de acción.
“Sin trabajo de campo no hay antropología. Bien sea en lo rural, en un entorno urbano, es un imprescindible, que el antropólogo vaya a terreno”.
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