Influenciadores en política: Los mercaderes de la emoción
Influenciadores en política: Los mercaderes de la emoción
Por: Juan Camilo Rojas Arias: Abogado candidato a Doctor, con Máster en derecho económico y políticas públicas e internacional (LLM), Especialista en derecho comercial con profundización en el área de derecho económico, internacional y de la administración pública.
En la antigua Grecia se daba gran valor al corazón como eje de la vida y la grandeza del ser humano. Aristóteles, por ejemplo, veía en el corazón el eje de las pasiones humanas: El amor, el odio, la benevolencia, la ambición, la valentía. Su teoría biológica se fundamentaba en la unión del corazón y el cerebro, atribuyéndole a este último la función de refrigerar la sangre. Por su parte, Hipócrates, el padre de la medicina y Platón, argumentaron lo contrario, dando por sentado que el centro de las emociones anida en el cerebro, tesis que fue confirmada por el médico romano Galeno -siglo II D.C.-. Pese a ello, quedó en el imaginario colectivo dos mundos diferenciables e incluso repelentes entre sí. La racionalidad que dictaba los parámetros del mundo y guiaba de forma inexpugnable las decisiones individuales y colectivas y, por otro, los sentimientos, aunque omnipresentes en la intimidad de las personas, quedaron asociados a las expresiones artísticas y relegados a factores exógenos de los procesos racionales del ser.
Ahora, las relaciones del cerebro-corazón y su estrecha correspondencia con las decisiones cotidianas del ser se tienen muy decantadas por la neurociencia. Quizás es una de las áreas de investigación más promisorias de nuestra realidad social, y no solo desde su perspectiva científica y médica, sino sobre su amplio efecto en asuntos de orden económico, social, jurídico y, por supuesto, político. La neurociencia nos ha demostrado que el sesgo de auto confirmación es muy importante en la interacción social, ya que preferimos escuchar lo que creemos, leer lo que nos afirma y opinar lo que nos identifica. Los arquitectos del mundo virtual lo saben y bajo esta lógica refuerzan los algoritmos de las redes, presentando lo que nos interesa o nos confirma.
Así las cosas, no resulta extraño afirmar que las opiniones son tan variables como las emociones, de este carácter líquido, es posible empezar a entender que la tendencia del like desplace a la ideología y a la política, abriendo paso así a una realidad de consecuencias sociales y políticas aún impredecibles. La realidad actual oscilante entre manifestaciones sociales, restricciones físicas y auge de conectividad virtual nos está abriendo paso a nuevas emociones y, derivado de ello, a nuevas decisiones, porque nunca se debe perder de vista que el cerebro acaba pensando lo que sentimos, y es ahí donde se mercantiliza la emoción y la política a través del oportunismo.
Así las cosas, no es difícil entender la estrategia política de la desazón y del inconformismo como instrumento de acción. En términos electorales, el miedo moviliza tanto como el optimismo, en este marco, es más rentable políticamente destruir que comentar objetivamente. Generar la sensación del sin salida, es la carta de navegación de los mercaderes de la emoción, buscan atrapar a la sociedad en el cinismo de una realidad sin alternativas, pintando la ilusión de estar atrapados entre una realidad perversa y resignada y, que son ellos y sus ideas – rara vez tienen propuestas concretas y con evidencia que las soporten-, el camino a la salvación. En este escenario evidentemente incendiar la casa es la alternativa política más rentable.
Una realidad sumergida en el nerviosismo por la incertidumbre, es el espacio ideal para el surgimiento de las acciones irreflexivas, donde el pánico y la urgencia se apoderan del tono, el ritmo y la finalidad de las acciones colectivas, lo que conlleva al desprecio por los hechos y los datos como fundamento para la toma decisiones, potenciado por estos mercaderes de las emociones que maximizan la estrategia del todo o nada, bajo el auspicio de la tecnología que nos permite la expresión de sensaciones inmediatas en tiempo real.
La mesa está servida. El debate nunca ha sido más democrático, ni las condiciones más retadoras. Es un deber de todos con el futuro y el presente participar en nuestra democracia, siendo conscientes de nuestras emociones, evitando los fanatismos basados en utopías del pasado o del futuro, donde se destruye sin haber construido. Una vez más, hay que reiterar que es necesario evitar la polarización, no por acabar el debate, sino porque en ese escenario es que surge la propagación de afirmaciones sin evidencia.
Creo que estamos presenciando una tendencia de tecnología, expresión, sociedad y política irreversible. Los medios tradicionales de vivir una democracia están desapareciendo paulatinamente con efectos inquietantes. No hay mucho para hacer, la pandemia aceleró de forma vertiginosa la incorporación de la tecnología como una forma de expresión segura y real, la realidad y los cambios cada vez son más rápidos, el futuro es una suerte de carrusel al que le es intrínseco un marketing – soteriología – de nuevos mesías. Ante este penoso ejemplo de realización política, solo hay un mantra que debemos tener en cuenta como sociedad, evitemos el todo o nada como la acción política predeterminante para el 2022.
Expresión social y democracia sí, pero no así. Una expresión social que cobre víctima así misma – sociedad- no es legítima. Exijamos, pero a la expectativa del bienestar de todos, no a la luz de un programa político determinado.
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